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"¿Armas, para qué?” — The Most Dangerous Lie Ever Told

Updated: May 6


Gun Confiscation Hispanic Republican Club of Collier

There’s a phrase etched into the memory of every Cuban exile:

“¿Armas, para qué?”

Guns? What for?


That’s what Fidel Castro said in 1959, as he stood triumphantly before a weary nation, promising peace, reform, and a brighter future. But his words were poison wrapped in silk — because the only reason he stood there at all was the gun in his hand. His revolution wasn’t built on hope or ballots. It was built on violence, firepower, and intimidation. Once in power, the first thing he did was disarm the people.


Why?

Because an unarmed people cannot say no.


And what came next?

Decades of dictatorship. Torture. Starvation. Fear. Families ripped apart. Children raised to fear their own thoughts. People like my family fleeing across oceans in search of something we had once called home.


Cuba fell because the people couldn’t fight back.


Venezuela followed the same script.

Hugo Chávez rose with a smile and promises of justice. But justice doesn’t come when only the government holds the guns. In 2012, his regime passed the Control of Arms, Munitions and Disarmament Law. The name sounded noble. The results were brutal. The people were disarmed. And soon after, government forces gunned them down in the streets while they held nothing but sticks and signs.


I’ve seen those images.

And I’ve seen the same story before.


Germany.

Before Hitler cemented his grip on the world, the people were disarmed under the Weimar Republic. Hitler just capitalized on it. He made sure Jews, dissenters, and undesirables had no way to resist while his loyalists were heavily armed. That’s how the gas chambers became possible — not because evil men existed, but because evil men were armed, and the innocent were not.


This is the playbook of tyranny. Disarm. Control. Destroy.


And now — here — in the United States of America, the only nation left that still breathes real freedom, I hear the same snake-tongued arguments:


“No one needs that kind of gun.”

“It’s just common-sense laws.”

“Just trust the government.”


Let me be clear:

They don’t want to take your guns to protect you.

They want to take your guns so you can’t protect yourself.


They say, “It can’t happen here.”

I say: It already is.

Bit by bit. Inch by inch.

Wrapped in kindness. Coated in lies.


Because here’s the truth no one wants to say out loud:


You do not disarm a free people unless you plan to do something to them they would never allow.


So ask yourself:

Do they want it to happen here?

Because every action says yes.


This isn’t about safety. It’s about submission.

This isn’t about reducing violence. It’s about removing resistance.

This isn’t about guns. It’s about power.


We don’t carry weapons because we want violence.

We carry weapons so violence never wins.


Ask a Cuban.

Ask a Venezuelan.

Ask a Jew from 1930s Berlin — if you can find one.


Never trust the man who tells you to lay down your arms.

Because somewhere in history, that man picked his up — and used them.




“¿Armas, para qué?” — La mentira más peligrosa jamás contada


Hay una frase grabada en la memoria de cada exiliado cubano:

“¿Armas, para qué?”


Eso fue lo que dijo Fidel Castro en 1959, de pie, triunfante, ante una nación cansada, prometiendo paz, reforma y un futuro mejor. Pero sus palabras eran veneno envuelto en seda — porque la única razón por la que estaba allí era por el fusil en sus manos. Su revolución no se construyó con esperanza ni votos. Se construyó con violencia, armas y miedo. Y una vez que tomó el poder, lo primero que hizo fue desarmar al pueblo.


¿Y por qué?

Porque un pueblo sin armas no puede decir que no.


¿Y qué vino después?

Décadas de dictadura. Tortura. Hambre. Miedo. Familias destruidas. Hijos criados con miedo a sus propios pensamientos. Personas, como mi familia, lanzándose al mar en busca de algo que una vez se llamó libertad.


Cuba cayó porque su pueblo no pudo defenderse.


Venezuela siguió el mismo libreto.

Hugo Chávez llegó con una sonrisa y promesas de justicia. Pero la justicia no llega cuando solo el gobierno tiene las armas. En 2012, su régimen aprobó la Ley de Control de Armas, Municiones y Desarme. El nombre sonaba noble. El resultado fue brutal. El pueblo fue desarmado. Poco después, los cuerpos de seguridad disparaban contra ciudadanos desarmados, mientras estos levantaban palos y pancartas.


He visto esas imágenes.

Y he visto esta historia antes.


Alemania.

Antes de que Hitler dominara al mundo, el pueblo fue desarmado por la República de Weimar. Hitler simplemente aprovechó la oportunidad. Se aseguró de que los judíos, los opositores y los considerados “indeseables” no tuvieran forma de resistir, mientras sus leales estaban armados hasta los dientes. Así fue como se hicieron posibles las cámaras de gas — no solo porque existían hombres malvados, sino porque los malvados tenían armas y los inocentes no.


Así opera toda tiranía. Desarmar. Controlar. Destruir.


Y ahora — aquí — en los Estados Unidos de América, la última nación que aún respira libertad verdadera, escucho los mismos argumentos envenenados:


“Nadie necesita ese tipo de arma.”

“Son solo leyes de sentido común.”

“Confía en el gobierno.”


Déjenme ser clara:

No quieren quitarte las armas para protegerte.

Quieren quitártelas para que no puedas protegerte tú.


Dicen: “Eso no puede pasar aquí.”

Yo digo: Ya está pasando.

Paso a paso. Ley tras ley.

Disfrazado de compasión. Vendido como progreso.


Porque aquí está la verdad que nadie quiere decir en voz alta:


No se desarma a un pueblo libre, a menos que planees hacerle algo que no permitiría si estuviera armado.


Así que pregúntate:

¿Quieren que esto pase aquí?

Porque todo indica que sí.


Esto no se trata de seguridad. Se trata de sumisión.

No se trata de reducir la violencia. Se trata de eliminar la resistencia.

No se trata de armas. Se trata de poder.


Nosotros no llevamos armas porque queremos violencia.

Llevamos armas para que la violencia no gane.


Pregúntale a un cubano.

Pregúntale a un venezolano.

Pregúntale a un judío de la Alemania de los años 30 — si puedes encontrar uno.


Nunca confíes en el hombre que te pide que entregues tus armas.

Porque, en algún momento de la historia, ese hombre levantó las suyas — y las usó.

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